Hay momentos en la vida en el que uno no se reconoce, no sabe quién es, nos sentimos perdidos. Nos pasamos la vida corriendo y cuando de repente algo sucede en nuestra normalidad, nos paramos a pensar (en el mejor de los casos), y nos sorprendemos pensando “quién soy” y/o “qué sentido tiene la vida para mí”. Nos surgen dudas sobre nuestra identidad, nuestros pensamientos y sobre lo que queremos en la vida. Esta sensación suele ocurrir ante los cambios o crisis personales, desengaños, rupturas, pérdidas, así como, el paso del tiempo. Hay momentos en que hacemos una pausa reflexiva para preguntarnos quienes somos y qué estamos haciendo.
En esos momentos, uno se siente un equilibrista manteniéndose en la cuerda de la vida.
Logramos encontrar un equilibrio cuando sentimos que somos nosotros los que dirigimos nuestra vida. Cuando vemos que se cumplen nuestros propósitos “reales”.
Desde la infancia cada uno va teniendo sus sueños e ideales de la vida. A medida que se van pasando etapas vitales estas ideas van modificándose. Otras veces, en cambio, nuestros ideales chocan unos con otros y el resultado es el sentirnos confundidos.
Cada uno tiene una imagen ideal de sí mismo, así como unas expectativas de la vida. A cada persona le toca encontrar ese equilibrio entre lo ideal y la realidad de lo que podemos ser, o llegar a ser. Esto es el reconocimiento de nosotros mismos. De aquí vienen la mayoría de los problemas de autoestima, cuando se tiene unas expectativas inalcanzables que la persona no logra y se empeña en cumplirlas. Inevitablemente, hay personas que no toleran esa diferencia entre sus expectativas y la realidad. Aquí comienza su sufrimiento.
¿Cómo podemos alcanzar este equilibrio? Cuando aceptamos nuestros deseos y nuestras limitaciones, llegamos a ser más tolerantes con nuestras carencias y dificultades, pudiendo disfrutar más de aquello que la vida nos ofrece. Viviendo más como somos. Cuando esto se acepta, cambiamos por dentro y la relación con el exterior y los otros también lo hace.
Cuando nos desconectamos de nosotros mismos y nos identificamos solo con nuestra apariencia es cuando nos perdemos, e intentamos cubrir ese vacío con dinero, fama, posesiones, comida, entre otras. El vacío interior no se puede llenar con cosas externas. Esto conlleva al sufrimiento.
Nunca es demasiado tarda para decir ¿Y, qué importa?, y empezar a ser quién eres. Cuanto mejor te llevas contigo, mejor es tu vida.
La base de la felicidad es ese equilibrio y aceptación de nuestros éxitos y nuestros fracasos. En definitiva: amarnos como somos.
Saber quienes somos y qué queremos es el sentido de la vida.
